La cinta destaca en el 44º Festival de Cine Fantástico de Cataluña
Sitges, 8 de octubre 2011
Tomo el metro a las ocho y media de la mañana del domingo para ir a trabajar y veo las consecuencias de la noche anterior, pues la velada del sábado también estaba en el metro. Esa la noche más esperada de la semana. Para algunos por la diversión permitida, para otros por el descanso dominical. Los jóvenes con los que comparto vagón se inclinan por la primera razón. Pandillas de adolescentes, o no tanto, esperan al convoy cargados con bolsas de botellas de whisky barato y cocacola de marca. Hay muchachas menores vistiendo faldas tan largas como su cinturón, montadas en desafiantes tacones, maquilladas como los que viven de hacer la calle. Los hombres pasan por su lado y las miran con lascivia, entonces la muchacha parece ofenderse. Le preguntaría: ¿entonces por qué vistes así?
La mañana del domingo el metro transporta diferentes cadáveres, recostados en los asientos o colgados a una barra, no levantan la vista del suelo o te observan como a un bicho raro, me preguntarían: ¿qué es lo que llevas en la mano? Les respondería: un libro.
Están muertos pero aún no lo saben. Se lían un cigarro o un porro y empiezan a fumar delante de los morros de sus mayores sentados enfrente. Diríanles: Me paso tus normas por el forro. Esto es lo que más me gusta hacer.
Salgo del metro con el pensamiento de que dentro de muchos años, se estudiará esta época de nuestra historia como una etapa oscura, esperpéntica, llena de errores, en la que al ladrón,al vicioso y al vago, se les valora y respeta más que al honrado trabajador. ¡Espero que la estudiemos! Al menos significaría que las cosas habrían cambiado.
Se acercan las elecciones. ¿Alguno de nuestros políticos está proponiendo erradicar la droga, salvar a la juventud española? No.
España es el ejemplo perfecto del "pan y circo" romano. Drogas, corrupción y embrutecimiento a través de la televisión. Eso es lo que nos están dando los políticos y, los españoles, a tragar con la boca abierta y sin protestar.
¡Ah! pero los peores ladrones, viciosos y vagos, no van en metro.
Algunos filósofos dicen que en realidad no existe ni el bien ni el mal, sólo la manera de percibirla.
Hoy nos levantamos con la noticia de que el gobierno de la Región de Murcia (parece mentira que estemos en Europa) va a suprimir el Instituto de la Mujer. ¡Rayos y centellas! ¡Para una cosa buena que habían hecho! Espero que las mujeres murcianas tengan en cuenta este tinte machista en las decisiones a la hora de votar.
Señores del gobierno murciano, en este momento de sacudidas, de valores difusos o, directamente, equivocados, la supresión del Instituto de la Mujer me parece de lo menos acertada. El cáncer del machismo devora con pestilente maldad nuestra amada tierra, la española o la murciana, me da igual y, a ustedes, colectores de tributos, sólo se les ocurre borrar del mapa una de las pocas instituciones útiles y necesarias, la que cuida a las mujeres. En Afganistán han hecho lo mismo.
Voy a poner dos ejemplos, a ver si así algún político se posiciona a favor de las personas y no buscando el voto, por una vez. Una quimera.
Hace una semana entré a una juguetería. Dentro de sus enormes instalaciones está la sección dirigida a la edad más tierna, los cuatro, cinco, seis añitos. La de las niñas, consiste en estanterías llenas de carritos de la compra, frigoríficos, batidoras, lavadoras, cocinitas, escobitas, verduras en miniatura, botecitos de detergente y cubitos de fregar el suelo. La de niños, ¿la imaginan? Poblada de juegos para el desarrollo intelectual, naves espaciales, buques y veleros, motocicletas, puzles y todo el maravilloso mundo de Playmobil que incluye granjas, fuertes, ciudades, pueblos, barcos, en fin, ya saben, todo para desarrollar la imaginación, la creatividad, la inteligencia.
Es verdad que la última palabra es la de los padres. Éstos son los que compran el juguete para sus hijos e hijas. Pero no me parece que la culpa de educar en el machismo sea sólo de los padres, también estas jugueterías deberían plantearse la distribución de sus juguetes y mezclarlos todos, para que no haya secciones de niños y de niñas, puesto que cuando somos tan pequeños, no nos deberían poner las estúpidas etiquetas de los adultos.
Segundo ejemplo de por qué no debe suprimirse el Instituto de la Mujer en esa arrinconada región española, Murcia. Acabo bordando el artículo a favor de mantenerlo relatando una situación petrificante y vergonzosa.
En la zona de tascas de Murcia hay un bar, conocido por todos, llamado Antiguo Canadian. Estoy en buena compañía disfrutando de la primera hora del viernes noche. Los bares han caído en el mal gusto de colgar tres o cuatro pantallas de plasma, así que aunque no quiera, a veces se me van los ojos a la caja tonta. Al ver las imágenes, la mandíbula y la cerveza casi se me caen al suelo. En pantalla, delante de un público creciente, un hombre agrede a mujeres en la vía pública y sale corriendo. Les arranca la ropa en plena calle aprovechando que éstas, obviamente, no lo esperan y el encapuchado se da a la fuga. Me informo, y resulta que es un vídeo hecho por el cabeza de chorlito del dueño del bar para proyectar en su asqueroso bar.
¿No se da cuenta, el muy descerebrado, que poniendo esos vídeos en su bar está promocionando ese comportamiento e incluso dando ideas a los descerebrados igual que él?
Para acabar con estas conductas tan peligrosas, el Instituto de la Mujer, es una buena herramienta, aunque tiene las horas contadas.
En Oriente, se cubre a las mujeres, incluso en verano, hasta los tobillos y las muñecas. Ellas lo único que dejan al descubierto (en caso de no tener que humillarse ante el burka) son sus ojos. Castaños, expresivos y profundos. Al pasear por las calles de Munich y observar esas imágenes del pasado que son, por ejemplo, las mujeres iraníes completamente cubiertas de negro paño y que sólo muestran sus ojos, pienso: Tu alma son tus ojos, así que no tiene ningún sentido que tapes tu cuerpo, puesto que tu alma, está al descubierto.