Diario de Río: Un arma, una mujer y dinero en mano


domingo, 12 de julio de 2015





Ayer aterricé en Río de Janeiro. Por fin, mi sueño del voluntariado se hacía realidad. Hoy he visitado las favelas por primera vez. Gracias a que iba con la hermana Socorro porque en mi vida se me hubiese ocurrido poner un pie allí si no hubiese sido con ella. La pobreza, la apariencia de todo, me han impactado sobremanera. 

No esperaba verme como en una película. Las casas hechas con ladrillos por ellos mismos, el agua estancada, los perros flacos y llenos de pulgas, las tiendas con frutas, los jóvenes dando vueltas en motos. La naturaleza exuberante, esos cerros cubiertos de verde, árboles y plantas, plataneras, mangas, lo que sea pero frutal, la naturaleza es muy generosa aquí. 

Las caras de la gente y sus muchos hijos, todos más o menos vestidos. En todas las casas hay tele, todo el rato encendida, también se arreglan las uñas esas muchachas sin perspectivas. Son cariñosos y a la hermana Socorro la respetan mucho, por eso yo me sentía segura.

Un niño vive con sus hermanos y madre en una pequeña habitación. A la madre le cortaron un pie por una enfermedad, no puede trabajar, el padre no se sabe qué hace. No tienen ayuda ninguna, ¿adónde podrían llegar estos niños? El único remanso de paz es estar con las religiosas los fines de semana.

Otro de 15 años ya sirve al tráfico. Hemos visitado la casa de su abuela, ella lo echó ayer porque él la amenazó con una pistola que le han dado los traficantes. Viven en una casa muy pobre, pero tienen tele, móviles, etc. No es tanto el problema de la pobreza como la violencia que se respira en el ambiente. A los niños los traficantes les dan un arma, una mujer y dinero en mano. Es muy fácil caer.

De camino a casa, ya de noche por esa comunidad, por esas callejuelas por donde no se mete la policía, hemos encontrado a al niño que ya sirve al tráfico, y le decía la hermana Socorro que tiene que pedir perdón a su abuela. Yo he observado que un chico bien vestido se ha parado a observar la conversación, también un coche rojo con la música puesta daba vueltas lentamente cerca nuestro. La hermana Socorro me ha dicho que eran los traficantes controlando lo que decíamos al niño, le he preguntado si estábamos en peligro, ella ha dicho que como mucho podrían habernos apuntado con un arma pero no disparado. Me he quedado sin palabras.



Descendíamos el camino con la vista de Río de Janeiro al fondo y un atardecer rojizo precioso, tan intenso como la vida en la comunidad.

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