jueves, 31 de marzo de 2011

El gobierno murciano propone eliminar el Instituto de la Mujer, como en Afganistán

Algunos filósofos dicen que en realidad no existe ni el bien ni el mal, sólo la manera de percibirla.

Hoy nos levantamos con la noticia de que el gobierno de la Región de Murcia (parece mentira que estemos en Europa) va a suprimir el Instituto de la Mujer. ¡Rayos y centellas! ¡Para una cosa buena que habían hecho! Espero que las mujeres murcianas tengan en cuenta este tinte machista en las decisiones a la hora de votar.

Señores del gobierno murciano, en este momento de sacudidas, de valores difusos o, directamente, equivocados, la supresión del Instituto de la Mujer me parece de lo menos acertada. El cáncer del machismo devora con pestilente maldad nuestra amada tierra, la española o la murciana, me da igual y, a ustedes, colectores de tributos, sólo se les ocurre borrar del mapa una de las pocas instituciones útiles y necesarias, la que cuida a las mujeres. En Afganistán han hecho lo mismo.

Voy a poner dos ejemplos, a ver si así algún político se posiciona a favor de las personas y no buscando el voto, por una vez. Una quimera.

Hace una semana entré a una juguetería. Dentro de sus enormes instalaciones está la sección dirigida a la edad más tierna, los cuatro, cinco, seis añitos. La de las niñas, consiste en estanterías llenas de carritos de la compra, frigoríficos, batidoras, lavadoras, cocinitas, escobitas, verduras en miniatura, botecitos de detergente y cubitos de fregar el suelo. La de niños, ¿la imaginan? Poblada de juegos para el desarrollo intelectual, naves espaciales, buques y veleros, motocicletas, puzles y todo el maravilloso mundo de Playmobil que incluye granjas, fuertes, ciudades, pueblos, barcos, en fin, ya saben, todo para desarrollar la imaginación, la creatividad, la inteligencia.

Es verdad que la última palabra es la de los padres. Éstos son los que compran el juguete para sus hijos e hijas. Pero no me parece que la culpa de educar en el machismo sea sólo de los padres, también estas jugueterías deberían plantearse la distribución de sus juguetes y mezclarlos todos, para que no haya secciones de niños y de niñas, puesto que cuando somos tan pequeños, no nos deberían poner las estúpidas etiquetas de los adultos.

Segundo ejemplo de por qué no debe suprimirse el Instituto de la Mujer en esa arrinconada región española, Murcia. Acabo bordando el artículo a favor de mantenerlo relatando una situación petrificante y vergonzosa.

En la zona de tascas de Murcia hay un bar, conocido por todos, llamado Antiguo Canadian. Estoy en buena compañía disfrutando de la primera hora del viernes noche. Los bares han caído en el mal gusto de colgar tres o cuatro pantallas de plasma, así que aunque no quiera, a veces se me van los ojos a la caja tonta. Al ver las imágenes, la mandíbula y la cerveza casi se me caen al suelo. En pantalla, delante de un público creciente, un hombre agrede a mujeres en la vía pública y sale corriendo. Les arranca la ropa en plena calle aprovechando que éstas, obviamente, no lo esperan y el encapuchado se da a la fuga. Me informo, y resulta que es un vídeo hecho por el cabeza de chorlito del dueño del bar para proyectar en su asqueroso bar.

¿No se da cuenta, el muy descerebrado, que poniendo esos vídeos en su bar está promocionando ese comportamiento e incluso dando ideas a los descerebrados igual que él?

Para acabar con estas conductas tan peligrosas, el Instituto de la Mujer, es una buena herramienta, aunque tiene las horas contadas.


Ángeles y políticos




Tras leer el título del artículo, probablemente uno se pregunta qué tienen que ver los ángeles con los demonios, perdón, políticos. Nada. Por eso escribo este artículo.

En una de las muchas listas publicadas anualmente con información tan poco verificable como quiénes son las mujeres más influyentes del mundo, señalaban a la Madre Teresa de Calcuta como la número uno. Si esto fuese verdad, nuestro mundo sería otro, y nuestros políticos, ángeles bajados del cielo, venidos para ayudarnos; seres altruistas y filántropos hasta el fondo de sus almas. Sin embargo, esta no es la situación, y es que se ha cometido un grave error al diseñar el sistema: enlazar el dinero con la carrera política.

Dedicarse a la política no debería significar una vida llena de lujos, sino todo lo contrario. El sueldo político más alto debería ser de 3.000€ para el presidente, y de ahí para abajo. En los países más avanzados, los del norte de Europa, los políticos tienen unos salarios irrisorios. Claro, esta es la manera de evitar morralla en los cargos desde donde se dirige el país. ¿Qué político español se atreverá a hacer este recorte?

Los salarios de estos sujetos, deberían ser mínimos, así nos evitaríamos tener en el Gobierno a un ambicioso ser guiado por la avaricia. También nos quitaríamos de en medio a aquellos que sin saber a qué dedicarse, ceban el nepotismo, aceptan el enchufe familiar y se meten en el partido de su papá o mamá; de éstos conozco algunos.

El político debería ser una persona parecida a un ángel; inspirado por el bien común y la paz mundial, que vienen a ser lo mismo. Debería tener como icono a la Madre Teresa de Calcuta, y no a presidentes de bancos o líderes de ideas y movimientos que han dado al traste en más de una ocasión.

Es que no puede ser que nuestro sistema político vaya bien, y con él, nosotros, si estamos en manos de ineptos ansiosos de poder. Gentes egoístas que sólo se preocupan de su enriquecimiento, de cómo no perder las elecciones y de cómo derribar al contrincante con las sucias mentiras o deprimentes verdades.

Pocas diferencias hay entre la arena política española y un burdel, ambos sitios están llenos de gente vestida con un precio. Algunas rameras llevan falda y otras chaqueta y corbata, pero ambas son rameras al fin y al cabo. Van con el que mejor paga.

Occidente y los ojos, los ojos y Oriente



En Occidente nos cubrimos los ojos cuando hace sol, y sin que lo haga, cuando estrenamos gafas o cuando queremos escondernos del mundo. Para pasar desapercibidos nos ponemos las gafas de sol más oscuras quedando así a cubierto de las miradas. En nuestra cultura, si no nos ven los ojos, es que no nos ven en absoluto. Es curioso desembarcar en una playa nudista almeriense, de esas maravillas naturales que aún la avaricia humana no ha podido violar, y observar a las personas que por allí pasean. Van desnudos, claro, pero no se quitan las gafas de sol ni cuando cae la tarde. De alguna manera, el no mostrar sus ojos, y que nadie pueda saber lo que piensan por medio de ellos, es su ropa y su cobijo.


En Oriente, se cubre a las mujeres, incluso en verano, hasta los tobillos y las muñecas. Ellas lo único que dejan al descubierto (en caso de no tener que humillarse ante el burka) son sus ojos. Castaños, expresivos y profundos. Al pasear por las calles de Munich y observar esas imágenes del pasado que son, por ejemplo, las mujeres iraníes completamente cubiertas de negro paño y que sólo muestran sus ojos, pienso: Tu alma son tus ojos, así que no tiene ningún sentido que tapes tu cuerpo, puesto que tu alma, está al descubierto.