sábado, 24 de marzo de 2012

La gran Europa: tan lejos, tan cerca


España y Polonia, dos países oficialmente europeos, miembros de la UE. Tan cerca y sin embargo tan lejos de la gran Europa; ésa, la rica, la que está bien organizada, llena de oportunidades. Ésa que tiene como corazón a la "locomotora alemana" y como cerebro a la ejemplar Suecia. España y Polonia, por ejemplo, pues no estamos solos a la cola del desarrollo, fronteras geográficas de este desarrollado continente, solo pueden soñar con las ayudas económicas y con esas atractivas oportunidades. Jóvenes, y sobradamente preparados, que se miran al espejo, buscando sus oportunidades en sus miradas, y éste les responde con un interrogante. Parece que la caída libre ha terminado cuando descubrimos, con un nudo en el estómago, que no, que seguimos cayendo. España y Polonia, tan lejos y tan cerca del sueño europeo.

Y Marruecos. Quiere raspar lo que le caiga de España, pero es que de aquí ya no puede caer nada más. Me parece que la situación es desbordante, insostenible. Entonces charlo con Nadia, marroquí, 41, de un pueblo perdido. "No encuentro trabajo", me dice. Le respondo que todo está muy difícil, que para mí todo es muy jodido también, ¿qué le voy a contar? Como una alfombra que se desenrolla, me dice la verdad de su situación. "Si no encuentro trabajo en una semana, tendré que volver a Marruecos, donde nada más bajarme del ferry, me espera mi hermano para subirme en el coche y encerrarme en casa. Las mujeres de mi familia no podemos trabajar, no tenemos permiso para salir, solo si los hombres lo deciden, y no lo deciden nunca. No podré volver a España en los próximos tres años". ¿Te quedarás encerrada durante tres años?, le pregunté ensombrecida. "Sí".

Nadia y yo tenemos muy diferentes conceptos del sueño europeo, o quizá sea el mismo... En todo caso, las oportunidades marcan las auténticas fronteras.

lunes, 5 de marzo de 2012

La lluvia en la ciudad



Iba caminando por la calle pensando en lo que le acababa de decir. La frase se repetía en su cabeza y le provocaba presión en el pecho, sentía que no podía respirar. Siguió caminando con la mirada en la acera mojada sin ver su propio reflejo. Los demás corrían buscando una cornisa bajo la que refugiarse de la tormenta. Ella dejó que la lluvia la empapara deseando que se llevara su pena a las alcantarillas de la ciudad y lejos, la llevara muy lejos de ella, al océano, si pudiese ser. Al océano donde todo había comenzado hacía unos meses. Dicen que las experiencias más sobresalientes de nuestras vidas las vivimos cuando viajamos solas; para ella, así era. Un perro la observaba desde la esquina, incluso él se había puesto a cubierto. Cuando ella pasó por su lado el perro le dio con el morro en la mano, como queriendo consolarla. Los animales son más sensibles que los humanos, pensó ella, se percatan del dolor aunque no seamos de la misma especie.

El viento corría violentamente por las calles y pegaba sin remilgos a mujeres y niños; los zarandeaba, los empujaba al suelo, los revolcaba por la aceitosa carretera. Una rama de un gran árbol cayó al asfalto fulminada por un rayo o enfado de Dios. A ella le dio igual, la rabia y el desconsuelo la conducían sin rumbo en el caos de la urbe. Los coches se detenían improvisadamente en medio de la carretera y sus conductores no podían ver adonde dirigirse pues el agua que caía del cielo era como en el diluvio universal. Un coche estuvo a punto de atropellarla, otro y otro más, pero a ella le daba igual, no le hubiese importado morir. De pronto, en medio del ruido, de los rayos, del vendaval, de la copiosa lluvia, un brazo la rescató de la muerte, a lo mejor le tendría que haber preguntado primero si quería que la salvara; ella hubiese respondido que no. Pero el brazo no se lo pensó y como un gancho de vida la apartó de las ruedas del gran camión de basura, pues la mierda en la ciudad es mucha. A tiempo no frenó el camión y por eso se estrelló contra una palmera de grueso tronco que se quejó y llamó idiota al conductor.

Ella tenía el pelo mojado cubriéndole la cara y la mirada perdida, ni siquiera se había asustado ante la muerte. El hombre salvador la miró con un intenso interrogante en sus ojos y ella no levantó la mirada de la acera, igual que antes de que el camión se dirigiera hacia ella sin control. Prendado de su melancolía, sintió que no quería dejarla marchar, los segundos transcurrían. Ella no hizo por desasirse, él se preguntó si aquello eran lágrimas o gotas de lluvia en su preciosa cara. Sin quererlo remediar, la acercó a su pecho y le dio un gran abrazo, la abrazó con todas sus fuerzas y la ternura los empapó.