Llegué el 9 de julio de 2015 y
terminé el 15 de agosto. Un total de cinco semanas en el Centro Social Vicenta
María de las Religiosas de María Inmaculada en Niterói, ciudad frente a Río de
Janeiro. Era periodo de vacaciones de invierno con lo cual el proyecto se tenía
que adaptar al horario de los participantes. Éstos eran niños y adolescentes
desde ocho o nueve años hasta dieciséis o diecisiete. En principio, el proyecto
se hace los fines de semana, el sábado con los menores y el domingo con los
mayores. Se les recibe con un desayuno a las diez de la mañana y después de
asistir a un aula de valores, artesanado (trabajos manuales) e informática, se
les da de comer a las doce y media y se
prosigue con deportes. A las tres de la tarde termina el programa.
Como he dicho, cuando yo llegué
era julio y los estudiantes tenían vacaciones, había que modificar las
actividades y hacer algo diferente. La hermana Socorro, superiora y la que ideó
el proyecto hacía nueve años, había decidido impartir el curso de ESPERE (Escuela
de Perdón y Reconciliación con uno mismo y con el mundo) entre semana, martes,
miércoles y jueves, por la mañana en el centro social y por la tarde visitaríamos
la favela llamada Zulú donde vivían niños y adolescentes en alto riesgo de
exclusión social, pues estaban lejos y sus condiciones eran más delicadas que
los habitantes de otras comunidades como Alarico o Fonseca. En definitiva, los
niños de Zulú no venían al centro social y por eso Socorro decidió que iríamos
a visitarlos.
ESPERE (Escuela de Perdón y Reconciliación con uno mismo y con el
mundo)
Este curso ya se había hecho un
par de años antes con buen resultado. Los contenidos son muy difíciles de
captar para un niño o adolescente porque son reflexiones que nos llegamos a
hacer algunos adultos a lo largo de la vida y debido a alguna experiencia fuerte,
es complicado que uno de nuestros participantes absorbiera el sentido de la
ESPERE pero lo importante era plantar la semilla en ellos y desear que
germinara. No es nada fácil que estos niños presten atención, algunos no saben
leer siendo adolescentes; la violencia y agresividad que les rodean son muy
intensas y esa ansiedad la llevan consigo. Trabajar con un grupo de niños así
puede ser muy complicado.
Aun así seguimos el índice y
ayudadas por juegos, dinámicas, dibujos, música y vídeos, conseguimos su
atención. Creo que de algo sirvió todo lo que les dijimos, quizá más que el
contenido de la ESPERE lo que más ayudó a los participantes fue el rato
agradable en nuestra compañía, tanto en las visitas a Zulú como en el centro
social.
ESPERE está dividido en una parte
que hace hincapié sobre el perdón como liberación del pasado más triste y la
reconciliación como forma de volver a convivir de la mejor manera posible
rodeados de gente que nos ha hecho mal y hemos perdonado.
Las historias de los niños y adolescentes
eran muchas y muy duras. Su situación familiar es difícil, su situación
económica es difícil y sus perspectivas se veían afectadas por todo esto. Con la
ESPERE se le trataba de dar una herramienta para poder liberarse de las malas
experiencias y poder crecer más o menos en paz con uno mismo y con su entorno.
Conseguir lo que acabo de decir era muy difícil pero no por eso lo dimos por
perdido en ningún momento.
Mi trabajo en este curso era
preparar material de apoyo para la hermana Socorro, explicarles algunos puntos
y preparar los juegos con los que empezábamos. Yo trataba de fomentar el
espíritu de equipo, romper el hielo y sobre todo reírnos. Son jóvenes muy ágiles
y les gustan los juegos físicos, en los que hay que correr o ser muy rápido en
actuar. Empezar así fue una de las cosas que más valoraron en la encuesta de
opinión que hicimos al final.
Excursiones
Durante el periodo vacacional,
los fines de semana llevamos a los niños y adolescentes de excursión. Fuimos al
jardín botánico de Río de Janeiro, a la playa de Maricá y al Teatro Municipal
de Niterói.
Tenía todo el tiempo ocupado,
siempre había cosas que preparar, como juegos, carteles a todo color, cuentos,
cualquier cosa que nos ayudara a captar la atención de los niños y
adolescentes. Mi día libre era el viernes pero creo que a lo largo de las cinco
semanas solo tuve uno o dos, y la verdad que me pareció bien, había mucho que
hacer y yo me sentía absolutamente parte del proyecto y de todo lo que allí
pasaba.
Las visitas al jardín botánico de
Río de Janeiro fueron horas rodeados de naturaleza y calma que los niños y
adolescentes disfrutaron. En las comunidades no hay paz, hay una sensación de
peligro constante, bien porque de pronto se oye una pistola disparando, bien
porque los narcos dominan el lugar, bien porque sube la policía y mata a unos
cuantos. Por eso, las salidas de sus favelas, estar con las hermanas en el
centro social o ir a excursiones era una inmejorable manera de desconectarlos
de su realidad y ellos lo agradecían mucho.
El día que los llevamos a la
playa de Maricá también lo pasamos genial. Hacía viento y llovía finamente pero
eso no fue obstáculo para bañarse en la piscina ni jugar con las olas en la
playa. Ese fue un gran día, todos lo pasamos muy bien.
El día del teatro municipal
teníamos cuarenta entradas para ver una obra infantil. A ellos les gustó mucho,
para la mayoría fue la primera vez que iba al teatro. Unas semanas después
volvimos a ser invitados.
Los autobuses y las entradas al
jardín botánico y al teatro fueron gratuitas. La sociedad brasileña ponía de su
parte para que estos niños y adolescentes tuviesen experiencias enriquecedoras
igual que cualquier otro.
Las tardes en Zulú
Zulú era la comunidad a la que se
llegaba después de subir a lo alto de la comunidad de Alarico y bajando por una
escalera estrecha y muy empinada. Allí abajo, en medio de la vegetación estaban
las casas de los niños y adolescentes, por cierto, con una vista sobre Río de
Janeiro impresionante y sobrecogedora. El contraste de la belleza y al
sufrimiento es algo que te sobrepasa, a veces me costaba respirar ver una cosa
y otra, sentir una cosa y otra, y todo a la vez. Aquí no podemos ni imaginar
esa intensidad, aquí todo es suave, descafeinado.
En el patio de una de esas casas
era la cita. Venían entre ocho y diez participantes, el número era muy
variable, a veces solo cinco, de diferentes edades. Los pequeños solo quería
jugar, con lo que llevábamos rompecabezas, globos y caramelos para que
estuviesen entretenidos mientras hacíamos la ESPERE con las adolescentes.
Algunas eran tímidas, otras querían impresionar con su cara de dureza, pero en
el fondo, les alegraba que alguien fuese hasta allí, a cuarenta y cinco minutos
del centro social, solo por verlas, charlar con ellas y enseñarles algo útil
para la vida. Los fines de semana eran las excursiones, con lo cual, nos
veíamos bastante y tomé confianza con ellas y también con los pequeños.
El camino hasta llegar a Zulú
pasaba por otra comunidad llamada Alarico. Cruzando sus calles, venían niños y
jóvenes a saludarnos con besos y abrazos, la hermana Socorro es una institución
allí, lleva nueve años haciendo este proyecto y la quieren y respetan mucho;
como yo era parte de su equipo, yo también era aceptada, querida y respetada,
por eso no pasé miedo en las comunidades, y cuanto más iba, más me gustaba ir;
pero en realidad las comunidades son lugares muy peligrosos a los que nadie
sube sin la aprobación del jefe narco del lugar. Nunca vi a los servicios
sociales por allí ni tampoco a la iglesia evangélica. Solo nosotras estábamos
en las favelas sin ser de las favelas.
Participé en todos los juegos y
debates porque hablar español no era problema, las adolescentes y los niños me
hablaban en portugués y nos entendíamos con poner algo de nuestra parte. Para
una española es una buena idea ir a Brasil de voluntaria, no tendrá mucho
problema con la lengua.
Subíamos al morro a las dos y
media de la tarde y bajábamos justo al anochecer, sobre las cinco y media. Fue
muy bueno ir porque las adolescentes hablaron de sus problemas y preocupaciones
con nosotras y también había momentos para bromas y risas, se puede decir que
con la excusa de la ESPERE, nos reuníamos y pasábamos el rato juntas dejando de
lado los dramas.
Conforme avanzó el curso, hicimos
parejas con las jóvenes de Zulú para hablar personalmente y conocer de cerca su
situación particular, facilitar que hablaran y descargaran sus problemas en una
adulta. Esa tarde fue uno de los mejores momentos de mi voluntariado porque yo
ya me sentía parte de todo, parte de Zulú, parte de las adolescentes y tenía el
sentimiento de estar donde debía estar.
El mes de agosto
En el mes de agosto habían
terminado las vacaciones de invierno. Los fines de semana los niños y
adolescentes venían al centro social y entre semana mi trabajo como voluntaria
fue acompañar a la asistente social que trabajaba con las hermanas.
Tuve la oportunidad de conocer el
funcionamiento de los servicios sociales brasileños y los centros educativos.
Visitar un colegio próximo a una favela impresiona mucho, un adulto puede tener
miedo de recorrer ese camino y sin embargo los niños lo tienen que hacer cada
día. Me pareció un lugar en el que se mantiene a los estudiantes recogidos pero
no de la manera que se puede hacer aquí. No se asemejaba una clase con una
profesora enseñando sino más bien un lugar donde se hacen actividades para que
los niños no estén en la calle. Todos los niños tienen que ir al colegio y solo
de esa manera sus madres reciben algún dinero del gobierno como ayuda social, a
veces puede ser el equivalente a treinta o cuarenta euros al mes. Los precios
de Río de Janeiro son parecidos a los de España, con lo cual, se puede deducir
que con esas ayudas tan escasas las familias no solucionan sus problemas.
Algunos trabajadores sociales me dijeron que el gobierno los quería mantener
vivos pero pobres. Realmente yo siempre tuve la impresión de que Brasil no
tenía un problema tan grave de pobreza como de violencia.
En una de las visitas a las
oficinas de servicios sociales vi un poster con las caras de niños
desaparecidos. En España suele verse un poster así en las oficinas de la
policía pero con pocas caras, sin embargo aquel cartel contenía setenta caras
de niños y niñas; lo sé porque conté las caras, eran catorce por cinco, me dijo
la asistente social que habrían ido a parar al tráfico de personas, obligados a
prostituirse.
Una vida plena sin dinero
En el centro social yo tenía mi
habitación con baño, comida, lavadora y un seguro médico incluido, todo a
cambio de mi trabajo como voluntaria. Experimentar una vida plena sin
transacción económica fue algo liberador. Nunca pensaba en mis problemas de
España, parecían insignificantes. Tenía todo lo que necesitaba además de un
trabajo con alto reconocimiento social, mucho cariño y respeto, intensa emoción
y todas las horas del día ocupadas. Me sentía totalmente volcada en mi trabajo
y en paz y nada tenía que ver con el dinero. La vida de voluntaria es una vida
radicalmente diferente a todo lo que nos enseñan.
El equipo de la hermana Socorro
Ella, Socorro, mexicana de
Jalisco, a la cabeza del grupo que trabajaba en el proyecto, Magna, una
voluntaria brasileña, Cecilia, una novicia brasileña también y yo, española.
Las cuatro morros arriba, morros abajo, y más de una vez rodeadas de
circunstancias poco recomendables pero muy decididas a estar ahí y hacer
nuestro trabajo con los niños y adolescentes. La unión con las personas con las
que se comparte una experiencia así es para siempre. Nadie mejor que alguna de
ellas me puede entender, por eso tampoco he querido hablar mucho de mi
voluntariado aquí, simplemente porque no me van a entender y tampoco me hace
falta. Te sientes aparte cuando retornas a tu país pero también reconfortada,
es una mezcla rara; te sientes diferente pero te da igual porque el
voluntariado internacional te ha mostrado secretos y claves de la vida y sabes
que tienes sólidos recursos para seguir adelante. El miedo ha desaparecido o se
ha hecho muy pequeño.
Gracias a la hermana Socorro y a
su equipo yo podía descargar toda la emoción que absorbía con lo que estaba
viviendo. Una vez a la semana, más o menos, tenía una explosión emocional
fuerte que necesitaba canalizar hablando con el equipo. Me entendían, eran
brasileñas y vivían lo mismo que yo, sin esa ayuda psicológica, creo que me
hubiese ahogado en emociones.
Conclusión
Por mucho que escribiera, no
podría transmitir lo que allí he vivido, igual que no podía imaginar lo que me
esperaba hasta que no llegué a Río de Janeiro. En conclusión, puedo decir que
la postal de Brasil no es real. El turista no sabe lo que se pierde. Solo se
hace fotos con el Corcovado y toma el sol en Ipanema. Lo mejor que tiene Brasil
es su gente y eso es algo que el turista no llega a conocer.
Tengo 35 años y fui a Río de
voluntaria porque tenía la sensación de haber estado haciendo toda mi vida exactamente
lo mismo.
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